lunes, 25 de abril de 2011

Foucault: Penser autrement


No creo que sea necesario saber exactamente lo que soy. En la vida y en el trabajo lo más interesante es convertirse en algo que no se era al principio. Si se supiera al empezar un libro lo que se iba a decir al final, ¿cree usted que se tendría el valor para escribirlo? Lo que es verdad de la escritura y de la relación amorosa también es verdad de la vida. El juego merece la pena en la medida en que no se sabe cómo va a terminar.
Michel Foucault, Verdad, individuo y poder, 1982.

El presente texto escrito por Alain Badiou fue publicado poco después de la muerte de Michel Foucault en Le Perroquet número 41 de 1984. Traducido al español por Mariana Saúl y publicado en la ya conocida selección de textos Pequeño panteón portátil de Badiou [1].
UN FILOSÓFO, en las fronteras de una mutación del pensamiento, de sus objetos y sus fines. Que intentaba captar, en un horizonte de genealogía nietzscheana, las configuraciones en las que adquiere sentido que exista, en tal o cual momento, tal gusto de verdad.
Un intelectual (contra aquellos, decía él, a quienes estas palabras les da náuseas).
Una figura solitaria de la enseñanza, sin escuela, sin entorno, a menudo silencioso.
Un sabio, en la excelencia del término, lleno de humor; modesto, capaz –cuando la ocasión lo requería- de una gran violencia racional.
Alguien cuyo maestro invisible seguía siendo Georges Canguillhem. Donde reconocer el gusto por el trabajo, por la prueba documentada, por la interrupción, así como por el gusto por una certeza puntual tal que no abandonarla es una regla ética.
Una escritura francesa, rápida y curva a la vez, pronta a la imagen como a su revocación.
Títulos de nobleza insospechables, conferidos a la biblioteca, a la recomposición, al archivo.
La capacidad de sorprender y también el poder de desaparecer. Una radical ausencia de ostentación, un hombre del metro y de la multitud, de la enseñanza para algunos, de la gloria anónima bajo su nombre propio.
Un militante de las causas singulares –todas lo son-, un hombre de la calle y de la declaración. La alianza,siempre admisible, de la majestad, de la cátedra y la banalidad de las cárceles.
En resumen, en estos tiempos rebajados, y ya se lo sea, mucho o poco, de acuerdo o en desacuerdo, una barrera contra la canallada. Ni en el saber ni en las instituciones queda mucho de eso. Henos aquí un poco más expuestos, un poco más vulnerables.
Para una generación de filósofos, el riesgo fue la guerra, la Resistencia. Allí perdimos a Cavaillès y a Lautman. El riesgo de Foucault estaba simplemente en el mundo tal cual es, sin gracia, y en la asfixia quesiempre vuelve a empezar de todo lo que aspira a lo universal.
Estaba, este bienhechor, a la misma altura que el mundo; para mí, lo siento estos días con penetrante inquietud, era una suerte de dique lejano y firme contra todo lo bajo y lo irrevocablemente sometido que hay en el mundo. Estaba preocupado por saber qué relación legítima puede mantener un sujeto consigo mismo. Así, según, una tendencia nacional esencial, las disposiciones más finas del conocimiento se subordinan a la ética.
Hay que mencionar el racionalismo de Foucault, reivindicar la tensión y la extensión de ese racionalismo. Agregar fe a detalle de sus construcciones no es tan decisivo como ver en ellas que no se cederá sobre laambición y la universalidad de los dispositivos de conocimiento.
La discusión latente sobe “¿Qué es un intelectual?” no autoriza, con el pretexto de la muerte, a que se sustituya a Foucault con un Foucault inexistente. ¿Qué sentido tiene enrolarlo en la gravedad limitada delespecialista, en los ministerios de Mitterrand, en las patrañas del periodismo?
En cuanto oponerlo a Sartre es un ejercicio escolar. Por supuesto –y él no tuvo nada que ver con ello-, todos rompimos con la fenomenología, la teoría de la consciencia, los últimos avatares del psicologismo. Lo que su maestro Canguillhem mantuvo con mano firme en los ámbitos rigurosamente circunscritos de la ciencia o de la medicina, Foucault lo arriesgó en lo que se creía que concernía a las ciencias humanas, la historia o la antropología. Clínica, locura, moneda, lingüística, botánica, sistema penitenciario, sexualidad… pero no era ni historia ni antropología, ni ciencias humanas. Era el gesto de anexión a la filosofía, al pensamiento puro, de objetos y textos que habían sido separados de ella. Nosotros ocupamos los territorios de esta anexión, aun cuando el gesto de Foucault nos parece inacabado o difícil de seguir.
Pero, al tomar distancia, se verá mejor que él encarnaba una fidelidad –toda fidelidad auténtica es una ruptura- a algo propio de los intelectuales franceses, herencia del siglo XVIII, que es ser a la vez racionalistas críticos, testigos políticos, gente de curiosidad polimorfa y escritores. De esa herencia, antes que él, Sartre era el hombre moderno. La justicia del tiempo es tenerlos a ambos, Sartre y Foucault, reunidos en el barrio de Goutte d’Or contra el asesinato y la expulsión de los obreros inmigrantes. Nadavale tanto como esa fotografía.

Foucault and Jean-Paul Sartre at a demonstration at Goutte d'Or (Fotolib)
In Michel Foucault: Une histoire de la vérité, Paris: Syros, 1985, p. 69.

Estos últimos años no me lo cruzaba casi más que en el teatro. Después de todo, es el lugar justo para esos cruzamientos. Allí se continúa el deleitable abandono de toda representación. Hoy el teatro nos purga de eso. Foucault sabía bien que, en ese tema, la literatura nos escolta; prueba de ello es su lectura de Raymond Roussel, el crítico que el podría haber sido.
Que no se nos diga, tras esto, que con él se pierde la cuestión del compromiso y de su gran valor general. Aún los errores aparentes de Foucault enseñan lo contrario. Su declaración sobre Irán, que tan cara le consto, daba cuenta de obstinado afán de leer en la historia el advenimiento de otro régimen de la verdad colectiva.
Contrariamente a los que se lee por aquí y por allá, lo que se aseguraba era universal, y lo que tenía para trasmitir correspondía perfectamente a lo que tenemos que hacer para cambiarnos, a nosotros y al mundo.
El homenaje que conviene rendirle a Foucault ahora es leer su última obra y hablar de ella exactamente con el mismo rigor con que lo haríamos si él viviera.
Personalmente, yo ya estoy afectado, conmovido, por el hecho de que, a propósito de esa empresa sobre la genealogía grecolatina de la dominación sexual, Foucault reintroduzca la categoría del Sujeto, y más especialmente que haya podido declarar (entrevista del 29 de mayo de 1984 publicada en Les Nouvelles del 28 de junio): “Llamaré subjetivación al proceso por el cual se obtiene la constitución de un sujeto”.
Pues el único conformismo que puede observarse en Foucault –un conformismo establecido y conservado por casi todos los filósofos franceses reconocidos es haber intentado evitar (al menos en sus escritos teóricos) a Lacan.
Interpreto el enunciado citado como el síntoma de que algún día Foucault, conducido por su rigor incesante, se habría desprendido de ese conformismo como de todos los demás, para beneficio general de nuestra filosofía.
Pues sólo le preocupaba lo que pudiera probar su convicción íntima, abrupta, risueña, tenaz y armada de ciencia.

[1]BADIOU, Alain. Pequeño panteón portátil. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 111-115. Selección de imágenes y transcripción del texto por Fernando Alba. Universidad de San Buenaventura, Sede Bogotá. e-mail: nelsonalba@hotmail.com